Esta historia es una co-publicación con The Oaklandside.
Yo tenía 26 años cuando mi hija Rosa Sánchez nació en Tomatlán, Jalisco. Cinco años después, en 2008, vine a California buscando una mejor vida para mí y ella. Quería algo distinto a lo que yo conocía para mi hija. Aprender nuevos idiomas, estudiar y ser una profesional. Pero desde el inicio de la pandemia del covid-19, hemos vivido una pesadilla.
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La primera vez que escuchamos un tiroteo en junio de 2020, estábamos ejercitando, siguiendo un video de zumba. Mi sobrina estaba dentro de mi casa con sus hijos. Mi novio estaba afuera. Yo pensé que eran pirotécnicos. Cuando mi novio entró, dijo, “¡Francisca! Esos son disparos, escóndanse”. Todos corrimos hacia el baño y nos escondimos. Nos encerramos.
Yo solo había escuchado disparos en mi pueblo en México. Nunca me imaginé que esto pasaría en Estados Unidos.
Francisca sánchez
Cuando vivimos en San Leandro por cuatro años, no escuchamos balaceras. Aquí en Oakland, siento que no hay seguridad. La segunda balacera sucedió mientras yo estaba cocinando. Los vi por la ventana de la cocina. Estaban detrás de una camioneta. No sé si pueda decir quiénes son, pero puedo reconocerlos. Fueron muchos disparos, encontramos 70 casquillos en el suelo. Ambas balaceras fueron frente a mi casa.

Tenía miedo de salir. Tenía miedo de que mi novio se muera. Tenía miedo a la gente. Trabajaba en una factoría de suplementos para oficinas, pero no podía estar allí. Estaba sentada y miraba hacia todas partes, como si alguien me fuera a atacar. Como si algo fuera a pasar. Fue más grande la ansiedad. El miedo. La depresión.
Mis amigas solían enviar mensajes, diciendo que cuándo las vería. Pero yo no quería conversar con nadie. Con las únicas personas que hablé, fueron mis vecinos del otro lado de la calle. Les pregunté cuál era la solución. Dijeron que la única solución era que nos mudáramos.
Mi hija estaba ansiosa también. Ella tenía que haber estudiado en la Universidad de California, Davis. Estaba interesada en medicina. Mi novio y yo la llevamos a la universidad, le ayudamos a mudarse, subir la comida a su cuarto, armar su cama. Pero ella tenía miedo de que al separarnos algo malo sucediera. La trajimos de regreso a casa. No volvió a Davis.
Ese fue el momento en el que decidimos que necesitábamos hablar con un psicólogo.
Busqué un psicólogo en el Área de la Bahía, alguien que hablara español. Encontré tres o cuatro. A uno de ellos, le envié un correo electrónico de carácter urgente. Le dije que estábamos muy ansiosas y que teníamos ataques de pánico y que pensaba constantemente en que algo malo nos iba a pasar.
Creo que todo se juntó. Cuando la pandemia empezó, yo no tenía trabajo. Al año, en julio de 2021, nos enfermamos de covid-19. Mi novio estuvo hospitalizado por cinco días y casi se muere. Yo tuve que ir al [Hospital] Highland porque no podía respirar. Durante la pandemia, hubo más tiroteos. Como que no sabían cómo descargar su frustración de estar en cuarentena.
La primera terapia fue en septiembre de 2021. Pagué 140 dólares por mí y mi hija. Esos 140 dólares era el único dinero que me quedaba en el banco. Después de esa sesión, llamé a La Clínica y hablé con una doctora. Le explicamos nuestra situación. Entonces nos enviaron con una especialista.
La especialista dijo que hay un momento en que el cuerpo o el cerebro ya no puede más. Es como un vaso con agua que empieza a desbordarse. He vivido muchas cosas. He visto la muerte de cerca varias veces: en la frontera, cuando crucé los cerros, y luego cuando experimenté el covid-19 y las balaceras.


El programa de salud HealthPAC, que tengo desde que me mudé al condado de Alameda, me ayudó económicamente con las siguientes sesiones. Ese programa es de gran apoyo. Me siento privilegiada. Le doy gracias a Dios que al menos tenemos un programa para todos los inmigrantes indocumentados. Yo sé de otras personas que gracias a este programa han accedido a una asistencia médica. Hay otras ciudades en California donde tuvimos que pagar mucho dinero. Si no lo tuviera hoy ¿quién sabe cómo sería?
Durante las sesiones, cada tres semanas, yo converso de todo. Pero no es como que te dan consejos para la vida. Te ayudan a reconocer que es lo que te está lastimando y que puedes hacer para dejar de sentirte así. Nos enseñaron algunos ejercicios–a respirar, contener el aire y mirar hacia arriba. Hacerlo cinco veces cuando sienta que mi corazón se acelera.
Veo mejor a mi hija, más tranquila, sonriendo más. Va a Chabot College y recientemente sacó un 95 en sus exámenes. Quiere volver a UC Davis.
Yo también quiero retomar mi vida. Me siento mejor. Pero a principios de este año, después del tiroteo más reciente, vimos una bala en la chimenea. Yo quisiera regresar a San Leandro, pero allí las rentas están muy caras. Mi novio dice que cuando ganemos la lotería, viviremos donde queramos.
Tal y como fue contado a Justo Robles, reportero de El Tímpano. Monica Campbell editó esta entrevista en virtud de su extensión y para mayor claridad.