Antes estaba trabajando y mi esposa también. Éramos felices, pero cuando llegó la enfermedad, se complicaron las cosas.
Yo me acuerdo que un domingo fui a ver qué estaba pasando en el restaurante, y cuando llegué, solo cinco personas estaban comiendo allí. Los meseros estaban parados, sin nada qué hacer. En la cocina, todo tranquilo. Silencio. Le pregunté al manager: “¿Qué pasó?”. Y él me dijo: “Hay una enfermedad y las personas no están viniendo a comer. A lo mejor vamos a cerrar, no estamos seguros”.
El patrón vive en Fremont. Me fui directo a su casa. “La verdad,” me dijo, “no sé qué vamos hacer porque no hay trabajo. Si quieres, toma su descanso hoy y mañana y yo te llamo si las cosas ya se acaban”. Y yo le dije que estaba bien. ¿Por qué voy a venir sin hacer nada? Desde ese día, todavía tengo las llaves del trabajo. Él no me ha hablado para decirme si van abrir pronto o no sé cuándo.
Después vi las noticias, al gobernador de California hablando de que teníamos que estar en casa. Yo estuve como unas dos semanas. También mi esposa. Ella trabajaba en un hotel, y allí dijeron que ya no va haber trabajo porque se van a contagiar. Entonces nosotros dos nos quedamos sin trabajo.
Tengo biles. Yo estaba pagando $1400 la renta porque somos una familia de cuatro. Antes estaba ganando bien, no había ningún problema para pagar la renta. Pero cuando la enfermedad llegó, pues me puso un poquito triste. Las cosas se pusieron complicadas. ¿De dónde voy a sacar esos $1.400 cada mes? Más la comida, el seguro del carro, más otros gastos. Dicen en las noticias que no te pueden correr de la casa, pero igual tienes que pagar después. Si no pago un mes, dos meses, tres meses, pues va a ser un montón de deuda.
Pasaron dos semanas y vi que el dinero se estaba acabando rápido. ¿Y para otros meses, otros dos meses, cómo pagar la renta pues? Si no salgo a trabajar, a lo mejor no voy a poder quedarme en esta casa. Quizás esté en la calle, no sé. Yo le dije a mi familia: “Ustedes, quédense en casa. Yo tal vez me contagie con la enfermedad, no me queda de otra, tengo que salir a buscar para vivir”.
Yo tal vez me contagie con la enfermedad, no me queda de otra, tengo que salir a buscar para vivir
Me fui a una agencia y gracias a Dios encontré un trabajo. No le pregunté cuánto paga o cómo está la cosa. No le pregunté. Simplemente, si hay trabajo, ya está.
Es con una compañía cerca del coliseo. Son cosas plásticas que salen allí. La verdad, no sé dónde se usa, pero dicen que son cosas para hospitales. Solo estoy empacando. Ya salen adentro hechas en cajas pequeñas y después los ponemos en cajas grandes, como cinco paquetes van en cada caja.
Es un riesgo estar allá trabajando porque hay mucha gente que llega a trabajar y ellos también están arriesgando sus vidas porque la enfermedad está un poco peligrosa, ha matado a mucha gente. Ese es el miedo que tengo.
Cuando llego a casa, mis niñas ya están acostumbradas. Ellas me esperan en la puerta para poner alcohol en mis zapatos, en mis manos. Luego me tengo que quitar todas mis ropas y darme un baño. Ya después de allí, me puedo abrazar con ellas.
Mi principal preocupación es pagar la renta. Si cada mes se paga, ya está. Es todo, ya hay un lugar para que estén mis niñas, mi familia. Solo me preocupo del siguiente mes.
Pago la renta y me quedo con más o menos $600. Gracias a Dios también hay otras ayudas que llegaron. De la escuela, una tarjeta que llegó del CalFresh como de $365, y las maestras también nos enviaron unas tarjetas con $100, $50. También nos cayó la ayuda del gobierno de $1200 cada persona. Ese nos ayudó un poquito más. Hay lugares donde se comparten comidas. Mi esposa fue, trae las cosas que dan – latas o papas crudas o elote. Eso comemos.
Yo sé que la enfermedad no se va ir así, de un día al otro. Yo creo que va estar allí, pues. Mi esperanza es, y le pido a Dios, que se revele un medicamento para la enfermedad y de esa manera podamos ir a trabajar o buscar trabajo o regresar al trabajo donde estaba. Pero si la enfermedad sigue, voy luchar como lo estoy haciendo para salir adelante.