Mi madre sabía cómo hacer los vestidos que necesitábamos para los bailes. Siempre estábamos todos juntos en esos eventos
Rosa Mendoza, 50, san francisco
Rosa Mendoza (50) creció en Morelia, Michoacán, en el centro de México, junto a cinco hermanos. Todos se fueron a los Estados Unidos cuando la violencia de las pandillas complicó su vida diaria. Rosa extraña estar con su familia, todos juntos en el mismo lugar, y las clases de baile folklórico le recuerdan los recitales de baile obligatorios en los que ella y sus hermanos solían participar de mala gana mientras crecían en México. Para la hija de Rosa —de 9 años, también llamada Rosa— el baile es una oportunidad de recibir la fisioterapia adicional que necesita para una condición que afecta la fuerza de los músculos de sus piernas y caderas; Rosa dice que el diagnóstico de lo que le afecta a su hija aún no es claro.
En la presentación más reciente que tuvo el grupo de baile, en el Centro Cultural de la Misión para las Artes Latinas, Rosa grababa videos, mientras su hija se divertía en el centro del escenario.
“Me gustaba bailar [cuando era niña] pero era bien penosa y miedosa”, decía Rosa ese día. “Yo no quiero que mi hija tenga miedo. Quiero que aprenda lo bonito que es hacer esas cosas”.


Rosa Mendoza, de pie, en una de las rampas laterales del escenario, filma a su hija mientras baila junto a su grupo la última canción de la noche. Crédito: Hiram Alejandro Durán for El Tímpano/Catchlight Local/ Report for America corps member

Me gusta ser voluntario cuando (en mi parroquia) me necesitan para algo. Eso me hace sentir más cerca de mi comunidad
Víctor enríquez, 51, oakland
Víctor Enríquez creció en Toluca, en el Estado de México, y emigró a Oakland hace casi 25 años. Cuando no está ocupado administrando un negocio de artículos para fiestas durante los fines de semana, Víctor disfruta ser voluntario en su parroquia local de San Luis Beltrán en 100th Ave e International Blvd. en Oakland. También ofrece apoyo económico a las instituciones comunitarias que moldearon su infancia en Toluca. “Es algo que no me pesa y me hace sentir bien”, dice Víctor. “Si tengo la oportunidad de contribuir algo, lo voy a hacer, para quitarle ese peso a mi comunidad”.



Por tercer año consecutivo, Víctor dice que ha pagado por la flores para decorar el altar de la iglesia a la que iba en su juventud. “Justo hoy fueron a comprar todas las flores”, dijo Víctor cuando faltaba solo una semana para la feria de San Lorenzo, al momento de realizar este reportaje. Crédito: Hiram Alejandro Durán for El Tímpano/Catchlight Local/ Report for America corps member

Me sentía más inteligente hablando en español que en inglés
Rebeca Zúñiga-lee, 47, richmond
En 2015, Rebeca Zuñiga-Lee se mudó a California desde Guatemala después de siete años de mantener una relación a larga distancia con quien hoy en día es su esposo. Obtuvo una visa de trabajo y obtuvo un empleo en una organización sin fines de lucro en Richmond. Al principio, comunicarse con sus nuevos colegas era un obstáculo para sentirse a gusto y bien establecida.
“Aunque soy bilingüe, la forma como las personas se comunican en otros país es distinta. Entonces a veces, en las reuniones, me quedaba sin palabras y eso era muy frustrante”, dice.
Rebeca ha podido navegar la añoranza por su país y por su idioma nativo manteniéndose conectada virtualmente y al corriente de lo que ocurre: a diario envía mensajes de texto y llama a su familiares, lee noticias de Guatemala en su iPad y bromea con sus amigas guatemaltecas a través de las redes sociales.
“Conectar con ellas me hace sentir un poco conectada con Guatemala”, dice Rebeca.


Rebeca vive en Richmond con su marido y su perro. Su esposo y su familia la han hecho sentir bienvenida a participar en sus tradiciones chino-estadounidenses. “Viví casi toda mi vida allá [en Guatemala]”, dice Rebeca. “Esos últimos años han sido como la exploración de la cultura y las tradiciones de acá”. Crédito: Hiram Alejandro Durán for El Tímpano/Catchlight Local/ Report for America corps member

Hago mis joyas para tratar de hacer un México en mí
Wendy Linn, 47, fremont
Wendy Linn recuerda las visitas al mercado en la Ciudad de México con sus hermanos, cuando eran todos pequeños y se cuidaban unos a otros. “Me gustaba oler la fruta fresca, caminar y observar todas esas pequeñas cosas”, dice. Wendy perdió contacto con la mayoría de sus familiares en México y en la adultez comenzó a explorar sus raíces a través del arte.
“Viví en Guadalajara y [ahí] aprendí a hacer cosas artesanales y aprendí sobre el negocio del oro y la plata”, dice.
Las habilidades que desarrolló como joyera han tenido un impacto positivo en Wendy y en cómo utiliza y percibe sus habilidades creativas y su herencia. Cada vez que acaba una joya siente que ha logrado mostrar un poco de la belleza de la cultura mexicana y ese ejercicio le ayuda a reconectarse recuerdos positivos de su hogar.
“Sé que a lo mejor no soy nadie y lo poquito que hago es sólo para hacerme sentir bien. Pero tal vez la pequeña huella que yo dejo también pueda ayudar a alguien. Porque así me hubiera gustado que me ayudaran a mí”.



Tener su propio negocio de joyería le permite a Wendy mantener a su hijo, Joseph Jeremiah, quien recientemente se graduó de la secundaria. “En este momento, he recogido todos mis pedazos rotos y me estoy ayudando a mí y a mi hijo a salir adelante”, dice. Crédito: Hiram Alejandro Durán for El Tímpano/Catchlight Local/ Report for America corps member